Juan Pablo II, México 99

ECCLESIA IN AMERICA
EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL

Resumen
Documento completo

OTROS DOCUMENTOS, MEXICO 99
Indice

Ceremonia de Bienvenida en el Aereopuerto de Ciudad Mexico. JP II, 22/1/99
Encuentro con el Cuerpo Diplomático, 23/1/99
Misa para la Conclusión de la Asamblea Especial para América del Sínodo de los Obispos, 23/1/99
Angelus Domini, Autódromo Hermanos Rodríguez, 24/1/99
Santa Misa Autódromo Hermanos Rodríguez, 24/1/99
Mensaje a los Enfermos, 24/1/99
Encuentro con Representantes de todas las Generaciones del Siglo, 25/1/99
Ceremonia de despedida

Aeropuerto Internacional Benito Juárez
Ceremonia de Bienvenida
CIUDAD DE MEXICO
22.01.1999

Texto Original de Juan Pablo II

Señor Presidente la República,

Señores Cardenales y Hermanos en el Episcopado

Amadísimos hermanos y hermanas de México

1.- Como hace veinte años, llego hoy a México y es para mi causa de inmenso gozo encontrarme de nuevo en esta tierra bendita, donde Santa María de Guadalupe es venerada como Madre querida. Igual que entonces y en las dos visitas sucesivas, vengo cual apóstol de Jesucristo y sucesor de San Pedro a confirmar en la fe a mis hermanos, anunciando el Evangelio a todos los hombres y mujeres. En esta ocasión, además, esta Capital va a ser lugar de un encuentro privilegiado y excepcional por una cita histórica: junto con Obispos de todo el continente americano presentaré mañana en la Basílica de Guadalupe los frutos del Sínodo que hace más de un año se celebró en Roma.

Los Obispos de América trazaron entonces los rasgos fundamentales de la acción pastoral del futuro que, desde la fe que compartimos, deseamos responda en plenitud al plan salvífico de Dios y a la dignidad del ser humano en el marco de las sociedades justas, reconciliadas y abiertas en un proceso técnico que sea convergente con el necesario progreso moral. Tal es la esperanza de los Obispos y de los fieles que expresan su fe católica en español, inglés, portugués, francés o en las múltiples lenguas propias de las culturas indígenas, que representan las raíces de este continente de la esperanza.

Esta tarde, en la sede de la Nunciatura tendré el gozo de firmar la exhortación apostólica en la que he recogido las ideas y las propuestas expresadas por el episcopado de América. A través de la Evangelización de la Iglesia quiere revelar mejor su identidad: estar más próxima a Cristo y a su Palabra; manifestarse auténtica y libre de condicionamientos mundanos; ser mejor servidora del hombre desde una perspectiva evangélica; ser fermento de unidad y no de división de la humanidad que se abre a nuevos, dilatados y a un no bien perfilados horizontes.

Me complace saludar ahora al licenciado Ernesto Zedillo Ponce de León, presidente de los Estados Unidos Mexicanos, agradeciéndole las amables palabras que ha querido dirigirme para darme la bienvenida. En su persona Señor Presidente, saludo a todo el pueblo mexicano este noble y querido pueblo que trabaja, reza y camina en busca de un futuro siempre mejor en las amplias llanuras de Sonora o de Chihuahua, en las selvas tropicales de Veracruz o de Chiapas, en los hacendosos centros industriales de Nuevo León o de Coahuila, a los pies de los grandes volcanes que emergen de los serenos valles de Puebla y de México, en los acogedores puertos del Atlántico y del Pacífico. Saludo también a los millones de mexicanos que viven y trabajan más allá de las fronteras patrias. Siendo este un viaje con un matiz continental, saludo también a todos los que de un modo u otro están siguiendo estos actos.

Saludo entrañablemente a mis Hermanos en el Espiscopado; en particular, al señor cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo primado de México, al presidente y miembros de la Conferencia del Episcopado Mexicano, así como a los demás obispos que han venido de otros Países para participar en los actos de esta Visita pastoral y de este modo renovar y fortalecer los estrechos vínculos de comunión y afecto entre todas las Iglesias particulares del Continente americano. En este saludo mi corazón se abre también con gran afecto a los queridos sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, catequistas y fieles, a los que me debo en el señor. Quiera Dios que esta Visita que hoy comienza sirva de ánimo a todos en el generoso esfuerzo por anunciar a Jesucristo con renovado ardor al nuevo milenio que se acerca.

3. El pueblo mexicano, desde que me acogió hace veinte años, con los brazos abiertos y lleno de esperanza, me ha acompañado en mucho de los caminos recorridos. He encontrado mexicanos en las audiencias generales de los miércoles y en los grandes acontecimientos que la Iglesia ha celebrado en Roma y otros lugares de América y del mundo. Aún resuenan en mis oídos los saludos con que siempre me acogen: ¡México Siempre Fiel y siempre presente!

Llego a un país donde la fe católica sirvió de fundamento al mestizaje que transformó la antigua pluralidad étnica y antagónica en unidad fraternal y de destino. No es posible, pues, comprender a México sin la fe traída desde España a estas tierras por los doce primeros franciscanos y cimentada más tarde por dominicos jesuítas, agustinos y otros predicadores de la Palabra salvadora de Cristo. Además de la obra evangelizadora, que hace del catolicismo parte integrante y fundamental del alma de la nación , los misioneros dejaron profundas huellas culturales y prodigiosas muestras del arte que son hoy motivo de legitimo orgullo para todos los mexicanos y rica expresión de su civilización.

Llego a un país cuya historia recorren, como ríos a veces ocultos y siempre caudalosos, realidades que unas veces se encuentran y otras revelan sus diferencias complementarias, sin jamás confundirse del todo: la antigua y la rica sensibilidad de los pueblos indígenas que amaron Juan de Zumarraga y Vasco de Quiroga, a quienes muchos de esos pueblos siguen llamando padres; el cristianismo arraigado en el alma de los mexicanos; y la moderna racionalidad de corte europeo, que tanto ha querido enaltecer la independencia y la libertad. Se que no son pocas las mentes clarividentes que se esfuerzan en que estas corrientes de pensamiento y de cultura consigan conjugar mejor sus caudales mediante el diálogo, el desarrollo sociocultural y la voluntad de construir un futuro mejor.

Vengo a Ustedes, mexicanos de todas las clases y condiciones sociales, y a Ustedes hermanos del Continente americano, para saludarles en nombre de Cristo: el Dios que se hizo hombre para que todos los hombres pudieran tomar conciencia de su llamada a la filiación divina en Cristo. Junto con mis hermanos obispos de México y de toda América vengo a postrarme ante la tilma del Beato Juan Diego. Pediré a Santa María de Guadalupe, al final de un milenio fecundo y atormentado, que el próximo sea un milenio en el que en México, en América y en el mundo entero se abran vías seguras de fraternidad y de paz que en Jesucristo puedan encontrar bases seguras y espaciosos caminos de progreso. Con la paz de Cristo deseo a los mexicanos éxito en la búsqueda de la concordia entre todos, ya que constituyen una gran Nación que los hermana.

4. Sintiéndome ya postrado ante la Morenita del Tepeyac, Reina de México y Emperatriz de América, desde este momento encomiendo a sus maternos cuidados los destinos de esta Nación y de todo el Continente. Que el nuevo siglo y el nuevo milenio favorezcan un renacer general bajo la mirada de Cristo, vida y esperanza nuestra, que nos ofrece siempre los caminos de fraternidad y de sana convivencia humana. Que Santa María de Guadalupe ayude a México y América a caminar unidos por esas sendas seguras y llenas de luz.

OFICINA DE PRENSA DE LA SANTA SEDE

 

Encuentro con el Cuerpo Diplomático
Juan Pablo II
Ciudad de México
23.01.1999
Residencia Presidencial de Los Pinos

Señor Presidente de la República,

Excelentísimos Embajadores y Jefes de Misión,

Distinguidas Señoras y Señores:

1. Estoy muy agradecido al Señor Presidente, Licenciado Ernesto Zedillo Ponce de León, por sus amables palabras al introducirme ante los Jefes de Misión diplomática acreditados en México. El presentarlos al Papa en ésta su residencia oficial de Los Pinos es un deferente gesto que aprecio muy cordialmente.

En el marco de esta visita pastoral, me es muy grato encontrarme con Ustedes, que tienen la responsabilidad de las relaciones de sus respectivos Estados con México, fortaleciéndolas desde el diálogo y la cooperación, a la vez que atestiguan la importancia de esta Nación en el mundo. Representan, además, a la comunidad internacional con la que la Santa Sede mantiene antiguas y sólidas relaciones, que confirman una tradición secular que cada día adquiere nuevo vigor.

2. Vivimos en un mundo que se presenta complejo y a la vez unitario; se hacen más cercanas entre sí las diversas comunidades que lo conforman y son más extensos y rápidos los sistemas financieros y económicos de los que dependen el desarrollo integral de la humanidad. Esta creciente interdependencia conduce a nuevas etapas de progreso, pero también tiene el peligro de limitar gravemente la libertad personal y comunitaria, propia de toda vida democrática. Por ello es necesario favorecer un sistema social que permita a todos los pueblos participar activamente en la promoción de un progreso integral, o de lo contrario no pocos de esos pueblos podrían verse impedidos de alcanzarlo.

El progreso actual, sin parangón en el pasado, debe permitir a todos los seres humanos asegurar su dignidad y ofrecerles mayor conciencia de la grandeza de su propio destino. Pero, al mismo tiempo, expone al hombre -tanto al más poderoso como al más frágil social y políticamente- al peligro de convertirse en un número o en un puro factor económico (cf. Centesimus annus, 49). En esta hipótesis, el ser humano podría perder progresivamente la conciencia de su valor transcendente. Esta conciencia -unas veces clara y otras implícita- es la que hace al hombre distinto de todos los demás seres de la naturaleza.

3. La Iglesia, fiel a la misión recibida de su Fundador, proclama incansablemente que la persona humana ha de ser el centro de todo orden civil y social, y de todo sistema de desarrollo técnico y económico. La historia humana no puede ir contra el hombre. Ello equivaldría a ir contra Dios, cuya imagen viviente es el hombre, incluso cuando es deformada por el error o la prevaricación.

Esta es la convicción que la Iglesia quiere poner sobre la mesa de las Naciones Unidas o en el diálogo amistoso que mantiene con Ustedes, miembros del Cuerpo Diplomático, y con las autoridades que representan en los diversos lugares del mundo. De estos principios se deducen importantes valores morales y cívicos que pusieron de relieve los Obispos de América reunidos Roma en el Sínodo de 1997.

4. Entre estos valores sobresalen la conversión de las mentes y la solidaridad efectiva entre los diversos grupos humanos como elementos esenciales para la actual vida social a nivel nacional e internacional. La vida internacional exige unos valores morales comunes como base y unas reglas comunes de colaboración. Es cierto que la Declaración Universal de Derechos Humanos, cuyo 50º aniversario hemos celebrado el año pasado, así como otros documentos de valor universal, ofrecen elementos importantes en la búsqueda de esa base moral, común a todos los países o, por lo menos, a un gran número de ellos.

Si miramos el panorama mundial vemos que existen ciertas situaciones fácilmente constatables. El poder de los Países desarrollados se hace cada día más gravoso respecto a los menos desarrollados. En las relaciones internacionales se da, a veces, prioridad a la economía frente a los valores humanos y, con su debilitamiento, se resienten la libertad y la democracia. Por otra parte, la carrera armamentista nos hace ver que, en muchos casos las armas están destinadas a la defensa, pero en otros son instrumentos realmente ofensivos, usados en nombre de ideologías no siempre respetuosas de la dignidad humana. El fenómeno de la corrupción invade lamentablemente grandes espacios del tejido social de algunos pueblos, sin que quienes sufren sus consecuencias tengan siempre la posibilidad de exigir justicia y responsabilidades. El individualismo empaña también la vida internacional, de modo que los pueblos poderosos pueden serlo cada día más y los pueblos débiles son cada día más dependientes.

5. Ante este panorama se imponen con urgencia una adecuada conversión de las mentalidades y una solidaridad efectiva, no sólo teórica, entre personas y grupos humanos. Esto es cuanto, en unión con el Papa, viene proponiendo, desde hace decenios, el Episcopado latinoamericano. Esto es lo que han pedido los Obispos del Continente americano en el Sínodo. A este respecto, son dignas de señalar las numerosas iniciativas de socorro a las poblaciones de la cercana Centroamérica afectadas por el huracán Micht, en las que México ha participado generosamente junto con otras naciones, dando así muestra de un común sentimiento de fraternidad y solidaridad.

América es un continente que agrupa a pueblos grandes y técnicamente avanzados y a otros relativamente pequeños, con muy variados índices de desarrollo. También dentro de un mismo país, como es el caso de México, coexisten situaciones sociales y humanas muy diversas, que es necesario afrontar siempre con gran respeto y justicia, utilizando incansablemente los recursos del diálogo y la concertación.

América constituye una unidad humana y geográfica que va del Polo norte al Polo sur. Aunque su pasado ahonda sus raíces en culturas ancestrales -como la maya, la olmeca, la azteca o la inca-, al entrar en contacto con el viejo continente y también con el cristianismo, desde hace más de cinco siglos se ha convertido en una unidad de destino, singular en el mundo. América es por eso mismo un espacio particularmente apropiado para promover valores comunes capaces de asegurar una conversión eficaz de las mentes, en especial de quienes tienen responsabilidades nacionales e internacionales.

6. Este Continente podrá ser el "Continente de la esperanza" si las comunidades humanas que lo integran, así como sus clases dirigentes, asumen una base ética común. La Iglesia católica y las demás grandes confesiones religiosas presentes en América pueden aportar a esta ética común elementos específicos que liberen las conciencias de verse limitadas por ideas nacidas de meros consensos circunstanciales. América y la humanidad entera tienen necesidad de puntos de referencia esenciales para todos los ciudadanos y responsables políticos. "No matar", "No mentir", "No robar ni codiciar los bienes ajenos", "respetar la dignidad fundamental de la persona humana" en sus dimensiones físicas y morales son principios intangibles, sancionados en el Decálogo común a hebreos, cristianos y musulmanes, y cercanos a las normas de otras grandes religiones. Se trata de principios que obligan tanto a cada persona humana como a las diversas sociedades.

Estos principios y otros afines han de ser un dique contra todo atentado a la vida, desde su principio hasta su fin natural; contra las guerras de expansión y el uso de las armas como instrumentos de destrucción; contra la corrupción que corroe amplios estratos de la sociedad, a veces con dimensiones transnacionales; contra la invasión abusiva de la esfera privada por parte de poderes que aprueban esterilizaciones forzadas o leyes que cercenan el derecho a la vida; contra campañas publicitarias falaces que condicionan la verdad y determinan el estilo de vida de pueblos enteros; contra monopolios que tratan de anular sanas iniciativas y limitar el crecimiento de sociedades enteras; contra la expansión del uso de drogas que minan la fuerza de la juventud e incluso la matan.

7. Mucho se ha hecho ya en este sentido. Abundan las convenciones internacionales que tienen por finalidad poner un límite a algunos de estos abusos. Grupos de naciones se asocian para crear espacios económicos donde la vida política, económica y social esté debidamente orientada y mejor protegida por principios más justos y conformes con los derechos de cada ciudadano, de cada pueblo y de cada cultura.

Pero aún queda mucho por hacer. Estamos al final de un siglo y de un milenio que, a pesar de las grandes conquistas conseguidas por la ciencia y la técnica, dejan tras de sí evidentes cicatrices que recuerdan, de modo a veces trágico, la poca atención prestada a los mencionados principios morales. En lugar de verlos ulteriormente violados, es necesario que en el nuevo siglo y en el nuevo milenio se consolide su fuerza ética, moralmente vinculante.

8. Al hacerles partícipes de estas consideraciones no me mueve otro interés que el de defender la dignidad del hombre, ni otra autoridad que la de la Palabra divina. Esta Palabra no es mía, sino de Dios que se hizo hombre para que el hombre llegue a ser hijo suyo. Ajeno a intereses de parte, les ofrezco hoy estas reflexiones con la esperanza de que puedan ayudarles en su labor diplomática y también en su vida personal, deseosos de contribuir a la construcción de un mundo más humano y más justo que el que nos ofrecen el siglo y el milenio que pronto concluirán.

Ojalá que en el próximo futuro predominen el respeto de la vida, de la verdad, de la dignidad de cada ser humano. Este es el cometido apremiante que nos espera. Que Dios bendiga la obra que Ustedes llevan a cabo. Que bendiga a México y a los Países que Ustedes representan en esta Ciudad privilegiada donde América y el mundo se encuentran y dialogan. Muchas gracias por su atención.

 

Santa Misa para la Conclusión
de la Asamblea Especial

para América del Sínodo de los Obispos

Juan Pablo II
Ciudad de México
23.01.1999

Amados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

1. "Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios mandó a su hijo, nacido de mujer..." (Ga 4,4). ¿Qué es la plenitud de los tiempos? Desde la perspectiva de la historia humana, la plenitud de los tiempos es una fecha concreta. Es la noche en que el Hijo de Dios vino al mundo en Belén, según lo anunciado por los profetas, como hemos escuchado en la primera lectura: "el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel" (Is 7, 14). Estas palabras pronunciadas muchos siglos antes, se cumplieron en la noche en que vino al mundo el Hijo concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María.

El nacimiento de Cristo fue precedido por el anuncio del ángel Gabriel. Después, María fue a la casa de su prima Isabel para ponerse a su servicio. Nos lo ha recordado el Evangelio de Lucas, poniendo ante nuestros ojos el insólito y profético saludo de Isabel y la espléndida respuesta de María: "Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi Salvador" (1, 46-47). Estos son los acontecimientos a los que se refiere la liturgia de hoy.

2. La lectura de la Carta a los Gálatas, por su parte, nos revela la dimensión divina de esta plenitud de los tiempos. Las palabras del apóstol Pablo resumen toda la teología del nacimiento de Jesús, con la que se esclarece al mismo tiempo el sentido de dicha plenitud. Se trata de algo extraordinario: Dios ha entrado en la historia del hombre. Dios, que es en sí mismo el misterio insondable de la vida; Dios, que es Padre y se refleja a sí mismo desde la eternidad en el Hijo, consustancial a Él y por el que fueron hechas todas las cosas (cf. Jn 1, 1.3); Dios, que es unidad del Padre y del Hijo en el flujo de amor eterno que es el Espíritu Santo.

A pesar de la pobreza de nuestras palabras para expresar el misterio inenarrable de la Trinidad, la verdad es que el hombre, desde su condición temporal, ha sido llamado a participar de esta vida divina. El Hijo de Dios nació de la Virgen María para otorgarnos la filiación divina. El Padre ha infundido en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, gracias al cual podemos decir "Abbá, Padre" (cf. Ga 4, 4). He aquí, pues, la plenitud de los tiempos, que colma toda aspiración de la historia y de la humanidad: la revelación del misterio de Dios, entregado al ser humano mediante el don de la adopción divina.

3. La plenitud de los tiempos a la que se refiere el Apóstol está relacionada con la historia humana. En cierto modo, al hacerse hombre, Dios ha entrado en nuestro tiempo y ha transformado nuestra historia en historia de salvación. Una historia que abarca todas las vicisitudes del mundo y de la humanidad, desde la creación hasta su final, pero que se desarrolla a través de momentos y fechas importantes. Una de ellas es el ya cercano año 2000 desde el nacimiento de Jesús, el año del Gran Jubileo, al que la Iglesia se ha preparado también con la celebración de los Sínodos extraordinarios dedicados a cada Continente, como es el caso del celebrado a finales de 1997 en el Vaticano.

4. Hoy en esta Basílica de Guadalupe, corazón mariano de América, damos gracias a Dios por la Asamblea especial para América del Sínodo de los Obispos -auténtico cenáculo de comunión eclesial y de afecto colegial entre los Pastores del Norte, del Centro y del Sur del Continente- vivida con el Obispo de Roma como experiencia fraterna de encuentro con el Señor resucitado, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América.

Ahora, un año después de la celebración de aquella Asamblea sinodal, y en coincidencia también con el centenario del Concilio Plenario de la América Latina que tuvo lugar en Roma, he venido aquí para poner a los pies de la Virgen mestiza del Tepeyac, Estrella del Nuevo Mundo, la Exhortación apostólica Ecclesia in America, que recoge las aportaciones y sugerencias pastorales de dicho Sínodo, confiando a la Madre y Reina de este Continente el futuro de su evangelización.

5. Deseo expresar mi gratitud a quienes, con su trabajo y oración, han hecho posible que aquella Asamblea sinodal reflejara la vitalidad de la fe católica en América. Así mismo, agradezco a esta Arquidiócesis Primada de México y a su Arzobispo, el Cardenal Norberto Rivera Carrera, su cordial acogida y generosa disponibilidad. Saludo con afecto al nutrido grupo de Cardenales y Obispos que han venido de todas las partes del Continente y a los numerosísimos sacerdotes y seminaristas aquí presentes, que llenan de gozo y esperanza el corazón del Papa. Mi saludo va más allá de los muros de esta Basílica para abrazar a cuantos, desde el exterior, siguen la celebración, así como a todos los hombres y mujeres de las diversas culturas, etnias y naciones que integran la rica y pluriforme realidad americana.

(lengua portuguesa)

6. «Bem-aventurada és tu que creste, pois se hão de cumprir as coisas que da parte do Senhor te foram ditas» (Lc 1,45). Estas palavras que Isabel dirige a Maria, portadora de Cristo em seu seio, podem-se aplicar também à Igreja neste Continente. Bem-aventurada és tu, Igreja na América, que, acolhendo a Boa Nova do Evangelho, geraste à fé numerosos povos! Bem-aventurada por crer, bem-aventurada por esperar, bem-aventurada por amar, porque a promessa do Senhor se cumprirá! Os heróicos esforços missionários e a admirável gesta evangelizadora destes cinco séculos não foram em vão. Hoje podemos dizer que, graças a isso, a Igreja na América é a Igreja da Esperança. Basta ver o vigor de sua numerosa juventude, o valor excepcional que se dá à família, o florecimento das vocações sacerdotais e de consagrados e, sobretudo, a profunda religiosidade dos seus povos. Não esqueçamos que no próximo milênio, já iminente, a América será o continente com o maior número de católicos.

(en lengua francesa)

7. Toutefois, comme les Pères synodaux l’ont souligné, si l’Église en Amérique connaît bien des motifs de se réjouir, elle est aussi confrontée à de graves difficultés et à d’importants défis. Devons-nous pour autant nous décourager? En aucune manière: "Jésus Christ est le Seigneur!" (Ph 2,11). Il a vaincu le monde et il a envoyé son Esprit Saint pour faire toutes choses nouvelles. Serait-il trop ambitieux d’espérer que, après cette Assemblée synodale - le premier Synode américain de l’histoire - se développe sur ce continent majoritairement chrétien une manière plus évangélique de vivre et de partager? Il existe bien des domaines dans lesquels les communautés chrétiennes du Nord, du Centre et du Sud de l’Amérique peuvent manifester leurs liens fraternels, exercer une solidarité réelle et collaborer à des projets pastoraux communs, chacune apportant les richesses spirituelles et matérielles dont elle dispose.

(en lengua inglesa)

8. The Apostle Paul teaches us that in the fullness of time God sent his Son, born of a woman, to redeem us from sin and to make us his sons and daughters. Accordingly, we are no longer servants but children and heirs of God (cf. Gal 4:4-7). Therefore, the Church must proclaim the Gospel of life and speak out with prophetic force against the culture of death. May the Continent of Hope also be the Continent of Life! This is our cry: life with dignity for all! For all who have been conceived in their mother’s womb, for street children, for indigenous peoples and Afro-Americans, for immigrants and refugees, for the young deprived of opportunity, for the old, for those who suffer any kind of poverty or marginalization.

Dear brothers and sisters, the time has come to banish once and for all from the Continent every attack against life. No more violence, terrorism and drug-trafficking! No more torture or other forms of abuse! There must be an end to the unnecessary recourse to the death penalty! No more exploitation of the weak, racial discrimination or ghettoes of poverty! Never again! These are intolerable evils which cry out to heaven and call Christians to a different way of living, to a social commitment more in keeping with their faith. We must rouse the consciences of men and women with the Gospel, in order to highlight their sublime vocation as children of God. This will inspire them to build a better America. As a matter of urgency, we must stir up a new springtime of holiness on the Continent so that action and contemplation will go hand in hand.

(en lengua española)

9. Quiero confiar y ofrecer el futuro del Continente a María Santísima, Madre de Cristo y de la Iglesia. Por eso, tengo la alegría de anunciar ahora que he declarado que el día 12 de diciembre en toda América se celebre a la Virgen María de Guadalupe con el rango litúrgico de fiesta.

¡Oh Madre! tu conoces los caminos que siguieron los primeros evangelizadores del Nuevo Mundo, desde la isla Guanahani y La Española hasta las selvas del Amazonas y las cumbres andinas, llegando hasta la tierra del Fuego en el Sur y los grandes lagos y montañas del Norte. Acompaña a la Iglesia que desarrolla su labor en las naciones americanas, para que sea siempre evangelizadora y renueve su espíritu misionero. Alienta a todos aquellos que dedican su vida a la causa de Jesús y a la extensión de su Reino.

¡Oh dulce Señora del Tepeyac, Madre de Guadalupe! Te presentamos esta multitud incontable de fieles que rezan a Dios en América. Tú que has entrado dentro de su corazón, visita y conforta los hogares, las parroquias y las diócesis de todo el Continente. Haz que las familias cristianas eduquen ejemplarmente a sus hijos en la fe de la Iglesia y en el amor del Evangelio, para que sean semillero de vocaciones apostólicas. Vuelve hoy tu mirada sobre los jóvenes y anímalos a caminar con Jesucristo.

¡Oh Señora y Madre de América! Confirma la fe de nuestros hermanos y hermanas laicos, para que en todos los campos de la vida social, profesional, cultural y política actúen de acuerdo con la verdad y la ley nueva que Jesús ha traído a la humanidad. Mira propicia la angustia de cuantos padecen hambre, soledad, marginación o ignorancia. Haznos reconocer en ellos a tus hijos predilectos y danos el ímpetu de la caridad para ayudarlos en sus necesidades.

¡Virgen Santa de Guadalupe, Reina de la Paz! Salva a las naciones y a los pueblos del Continente. Haz que todos, gobernantes y ciudadanos, aprendan a vivir en la auténtica libertad, actuando según las exigencias de la justicia y el respeto de los derechos humanos, para que así se consolide definitivamente la paz.

¡Para ti, Señora de Guadalupe, Madre de Jesús y Madre nuestra, todo el cariño, honor, gloria y alabanza continua de tus hijos e hijas americanos!

 

Angelus Domini
Juan Pablo II
Autódromo Hermanos Rodríguez
Ciudad de México
24.01.1999

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. En la Santa Misa que acabamos de celebrar he tenido el gozo de compartir con todos Ustedes la misma fe y amor en Jesucristo, unidos con la misma esperanza en sus promesas. Les agradezco con todo mi corazón su presencia aquí, tan numerosa, y de nuevo les aliento a vivir firmemente su compromiso cristiano como miembros de la Iglesia que camina hacia el tercer Milenio.

2. La Exhortación apostólica postsinodal "Ecclesia in América", presentada ayer, invita a este amado Continente a dar un renovado "sí" a Jesucristo, acogiendo y respondiendo con generosidad misionera a su mandato de proclamar la Buena Nueva a todas las naciones (cf. Mc 13,10). Bajo la mirada protectora de María pongo de nuevo los frutos evangelizadores del reciente Sínodo de América, el ardor apostólico de sus Iglesias locales y también esta Visita pastoral a la querida nación mexicana.

3. Mañana se concluye la Semana de oración por la unidad de los cristianos, que este año tiene como lema: "Él habitará con ellos. Ellos serán su pueblo y el mismo Dios estará con ellos" (Ap 21,3b). Alcanzar la plena comunión entre todos los creyentes en Cristo es un objetivo constante de la Iglesia, la cual pide al Padre con renovado fiervor en la preparación al Gran Jubileo del 2000 que sea una realidad el deseo de Cristo de que todos sean uno (cf. Jn 17,11). La plena unidad entre los cristianos, hacia la cual se van dando pasos consoladores, es un don del Espíritu Santo que se ha de pedir con perseverancia.

4. El amor a la Madre de Dios, tan característico de la religiosidad americana, ayuda a orientar la propia vida según el espíritu y los valores del Evangelio, para testimoniarlos en el mundo. Nuestra Señora de Guadalupe, unida íntimamente al nacimiento de la Iglesia en América, fue la Estrella radiante que iluminó el anuncio de Cristo Salvador a los hijos de estos pueblos, ayudando a los primeros misioneros en su evangelización. A ella, que llevó en su seno al "Evangelio de Dios" (Evangelii nuntiandi, 7), pido que les ayude a ser testigos de Cristo ante los demás.

Que María Santísima interceda por nosotros y, con su protección materna, nos acompañe en este compromiso alentador.

Santa Misa
Autódromo Hermanos Rodríguez
Juan Pablo II
Ciudad de México
24.01.1999

Queridos hermanos y hermanas,

1. "Estén perfectamente unidos en un mismo sentir y en un mismo pensar" (1Co 1, 10)

En esta mañana las palabras del apóstol San Pablo nos animan a vivir intensamente este encuentro de fe, como es la celebración eucarística, en "el santo domingo, honrado por la Resurrección del Señor, primicia de todos los demás días" (Dies Domini, 19). Me siento lleno de inmensa alegría al estar aquí presidiendo la Santa Misa.

En el plan de Dios el domingo es el día en que la comunidad cristiana se congrega en torno a la mesa de la Palabra de Dios y la mesa de la Eucaristía. En este importante encuentro estamos llamados por el Señor a renovar y profundizar el don de la fe. ¡Sí, hermanos, el domingo es el día de la fe y de la esperanza; el día de la alegría y de la respuesta gozosa a Cristo Salvador, el día de la santidad! En esta asamblea fraterna vivimos y celebramos la presencia del Maestro, que ha prometido: "Yo estaré con Ustedes hasta la consumación del mundo" (Mt 28,20).

2. Quiero agradecer ahora las amables palabras que me ha dirigido el Señor Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México, presentando la realidad de esta querida comunidad eclesial. Saludo también con afecto al Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, Arzobispo Emérito de México, así como a los demás Cardenales y Obispos mexicanos y a los que han venido de otras partes del Continente americano y de Roma. El Papa les anima en el ejercicio de su ministerio y les exhorta a no ahorrar energías en predicar con valor el Evangelio de Cristo.

Saludo también con gran estima a los sacerdotes y a los consagrados y consagradas, alentándolos a santificarse con su irrenunciable entrega a Dios mediante su servicio a la Iglesia y a la nueva evangelización, siguiendo siempre las directrices de sus Pastores. Esto será una gran fuerza para anunciar mejor a Cristo a los demás, especialmente a los más alejados. Tengo asimismo muy presentes a tantas religiosas de clausura, que oran por la Iglesia, por el Papa, por los Obispos y sacerdotes, por los misioneros y por todos los fieles.

Saludo igualmente de manera muy afectuosa a los numerosos indígenas de diversas regiones de México, presentes en esta celebración. El Papa se siente muy cercano a todos Ustedes, admirando los valores de sus culturas, y animándolos a superar con esperanza las difíciles situaciones que atraviesan. Les invito a esforzarse por alcanzar su propio desarrollo y trabajar por su propia promoción. ¡Construyan con responsabilidad su futuro y el de sus hijos! Por eso, pido a todos los fieles de esta Nación que se comprometan a ayudar y promover a los más necesitados de entre Ustedes. Es necesario que todos y cada uno de los hijos de esta Patria tengan lo necesario para llevar una vida digna. Todos los miembros de la sociedad mexicana son iguales en dignidad, pues son hijos de Dios y, por tanto, merecen todo respeto y tienen derecho a realizarse plenamente en la justicia y en la paz.

La palabra del Papa quiere llegar también a los enfermos que no han podido estar aquí con nosotros. Me siento muy cerca de ellos para comunicarles el consuelo y la paz de Cristo. Les pido que, mientras buscan recuperar la salud, ofrezcan su enfermedad por la Iglesia, sabiendo el valor salvífico y la fuerza evangelizadora que tiene el sufrimiento humano asociado al del Señor Jesús.

Agradezco de modo particular a las Autoridades civiles su presencia en esta celebración. El Papa los anima a seguir trabajando diligentemente por el bien de todos, con hondo sentido de la justicia, según las responsabilidades que les han sido encomendadas.

3. En la primera lectura, al referirse a la expectativa mesiánica de Israel, dice el Profeta: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz" (Is 9,1). Esta luz es Cristo, traída aquí hace casi quinientos años por los doce primeros evangelizadores franciscanos procedentes de España. Hoy somos testigos de una fe arraigada y de los abundantes frutos que dieron el sacrificio y la abnegación de tantos misioneros.

Como nos recuerda el Concilio Vaticano II, "Cristo es la luz de los pueblos" (Lumen gentium, 1). Que esta luz ilumine la sociedad mexicana, sus familias, escuelas y universidades, sus campos y ciudades. Que los valores del Evangelio inspiren a los gobernantes para servir a sus conciudadanos, teniendo muy presentes a los más necesitados.

La fe en Cristo es parte integrante de la nación mexicana, estando como grabada de manera indeleble en su historia. ¡No dejen apagar esta luz de la fe! México sigue necesitándola para poder construir una sociedad más justa y fraterna, solidaria con los que nada tienen y que esperan un futuro mejor.

El mundo actual olvida en ocasiones los valores trascendentes de la persona humana: su dignidad y libertad, su derecho inviolable a la vida y el don inestimable de la familia, dentro de un clima de solidaridad en la convivencia social. Las relaciones entre los hombres no siempre se fundan sobre los principios de la caridad y ayuda mutua. Por el contrario, son otros los criterios dominantes, poniendo en peligro el desarrollo armónico y el progreso integral de las personas y los pueblos. Por eso los cristianos han de ser como el "alma" de este mundo: que lo llene de espíritu, le infunda vida y coopere en la construcción de una sociedad nueva, regida por el amor y la verdad.

Ustedes, queridos hijos e hijas, aún en los momentos más difíciles de su historia, han sabido reconocer siempre al Maestro "que tiene palabras de vida eterna" (cf. Jn 6, 68). ¡Hagan que la palabra de Cristo llegue a los que aún la ignoran! ¡Tengan la valentía de testimoniar el Evangelio en las calles y plazas, en los valles y montañas de esta Nación! Promuevan la nueva evangelización, siguiendo las orientaciones de la Iglesia.

4. En el salmo responsorial hemos cantado: "El Señor es mi luz y mi salvación" (Sal 26, 1). ¿A quién podemos temer si Él está con nosotros? Sean, pues, valientes. Busquen al Señor y en Él encontrarán la paz. Los cristianos están llamados a ser "luz del mundo"(Mt 5,14), iluminando con el testimonio de sus obras a la sociedad entera.

Cuando se emprende firmemente el camino de la fe, se dejan de lado las seducciones que desgarran a la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, y no se presta atención a quienes, dando la espalda a la verdad, predican la división y el odio (cf. 2 Pe 2, 1-2). Hijos e hijas de México y de América entera, no busquen en ideologías falaces y aparentemente novedosas la verdad de la vida: "Jesús es la verdadera novedad que supera todas las expectativas de la humanidad y así será para siempre" (Incarnationis mysterium, 1).

5. En este Autódromo, convertido hoy como en un gran templo, resuenan con fuerza las palabras con que Jesús comenzó su predicación: "Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos" (Mt 4, 17). Desde sus orígenes, la Iglesia transmite fielmente este mensaje de conversión, para que todos podamos llevar una vida más pura, según el espíritu del Evangelio. El llamado a la conversión se hace más acuciante en estos momentos de preparación al Gran Jubileo, en el que conmemoraremos el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios hace dos mil años.

Al comenzar este año litúrgico, con la Bula "Incarnationis mysterium", indicaba cómo "el tiempo jubilar nos introduce en el recio lenguaje que la pedagogía divina de la salvación usa para impulsar al hombre a la conversión y la penitencia, principio y camino de su rehabilitación" (n. 2). Por eso, el Papa los exhorta a convertir su corazón a Cristo. Es necesario que la Iglesia entera comience el nuevo milenio ayudando a sus hijos a purificarse del pecado y del mal; que extienda sus horizontes de santidad y fidelidad para participar en la gracia de Cristo, que nos ha llamado a ser hijos de la luz y a tener parte en la gloria eterna (cf. Col 1, 13).

6. "Síganme y los haré pescadores de hombres" (Mt 4, 19).

Estas palabras de Jesús, que hemos escuchado, se repiten a lo largo de la historia y en todos los rincones de la tierra. Como el Maestro, hago la misma invitación a todos, especialmente a los jóvenes, a seguir a Cristo. Queridos jóvenes, Jesús llamó un día a Simón Pedro y a Andrés. Eran pescadores y abandonaron sus redes para seguirle. Ciertamente Cristo llama a algunos de Ustedes a seguirlo y entregarse totalmente a la causa del Evangelio. ¡No tengan miedo de recibir esta invitación del Señor! ¡No permitan que las redes les impidan seguir el camino de Jesús! Sean generosos, no dejen de responder al Maestro que llama. Síganle para ser, como los Apóstoles, pescadores de hombres.

Igualmente, animo a los padres y madres de familia a ser los primeros en alimentar la semilla de la vocación en sus hijos, dándoles ejemplo del amor de Cristo en sus hogares, con esfuerzo y sacrificio, con entrega y responsabilidad. Queridos padres: formen a sus hijos según los principios del Evangelio para que puedan ser los evangelizadores del tercer milenio. La Iglesia necesita más evangelizadores. América entera, de la que Ustes forman parte, y especialmente esta querida Nación, tienen una gran responsabilidad de cara al futuro.

Durante mucho tiempo México ha recibido la abnegada y generosa acción evangelizadora de tantos testigos de Cristo. Pensemos sólo en algunas de esas figuras eximias, como Juan de Zumárraga y Vasco de Quiroga. Otros han evangelizado con su testimonio hasta la muerte, como los Beatos niños mártires de Tlaxcala, Cristóbal, Antonio y Juan, o el Beato Miguel Pro y tantos otros sacerdotes, religiosos y laicos mártires. Otros, en fin, han sido confesores como el Obispo Beato Rafael Guizar.

7. Al concluir, quiero dirigir mi pensamiento hacia el Tepeyac, a Nuestra Señora de Guadalupe, Estrella de la primera y de la nueva Evangelización de América. A ella encomiendo la Iglesia que peregrina en México y en el Continente americano, y le pido ardientemente que acompañe a sus hijos a entrar con fe y esperanza en el tercer milenio.

Bajo su cuidado maternal pongo a los jóvenes de esta Patria, así como la vida e inocencia de los niños, especialmente los que corren el peligro de no nacer. Confío a su amorosa protección la causa de la vida: ¡que ningún mexicano se atreva a vulnerar el don precioso y sagrado de la vida en el vientre materno!

A su intercesión encomiendo a los pobres con sus necesidades y anhelos. Ante Ella, con su rostro mestizo, deposito los anhelos y esperanzas de los pueblos indígenas con su propia cultura que esperan alcanzar sus legítimas aspiraciones y el desarrollo al que tienen derecho. Le encomiendo igualmente a los afroamericanos. En sus manos pongo también a los trabajadores, empresarios y a todos los que con su actividad colaboran en el progreso de la sociedad actual.

¡Virgen Santísima! que, como el Beato Juan Diego, podamos llevar en el camino de nuestra vida impresa tu imagen y anunciar la Buena Nueva de Cristo a todos los hombres.

 

Mensaje a los Enfermos
Juan Pablo II
Hospital Lic. Adolfo López Mateos
Ciudad de México - 24.01.1999

Queridos hermanos y hermanas:

1. Como en otros viajes pastorales a lo largo y ancho del mundo, también en esta mi cuarta visita a México he deseado compartir con Ustedes, queridos enfermos hospitalizados en este Centro que lleva el nombre de "Lic. Adolfo López Mateos" -y por medio suyo con todos los demás enfermos del País- unos momentos en la oración y la esperanza. Les quiero asegurar mi afecto y, a la vez, me asocio a su oración y a la de sus seres queridos pidiendo a Dios, por intercesión de la Santísima Virgen de Guadalupe, la conveniente salud del cuerpo y del alma, la plena identificación de sus sufrimientos con los de Cristo y la búsqueda de los motivos que, basados en la fe, nos ayudan a comprender el sentido del dolor humano.

Me siento muy cercano a cada uno de los que sufren, así como a los médicos y demás profesionales sanitarios que prestan su abnegado servicio a los enfermos. Quisiera que mi voz traspasara estos muros para llevar a todos los enfermos y agentes sanitarios la voz de Cristo, y ofrecer así una palabra de consuelo en la enfermedad y de estímulo en la misión de la asistencia, recordando muy especialmente el valor que tiene el dolor en el marco de la obra redentora del Salvador.

Estar con Ustedes, servirles con amor y competencia no es sólo una obra humanitaria y social, sino sobre todo, una actividad eminentemente evangélica, pues Cristo mismo nos invita a imitar al buen samaritano, que cuando encontró en su camino al hombre que sufría "no pasó de largo", sino "que tuvo compasión y, acercándose, vendó sus heridas [...] y cuidó del él" (Lc 10, 32-34). Son muchas las páginas del Evangelio que nos describen el encuentro de Jesús con personas aquejadas de diversas enfermedades. Así, san Mateo nos dice que "Jesús recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del reino y curando toda enfermedad y dolencia en el pueblo. Su fama llegó a toda Siria; y le trajeron todos los que se encontraban mal con enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los curó" (4,23-24). San Pedro, siguiendo los pasos de Cristo, junto a la Puerta Hermosa del templo ayudó a caminar a un tullido (cf. Hch 3, 2-5) y en cuanto se corrió la voz de lo acaecido, "le sacaban enfermos a las plazas y los colocaban en lechos y camillas, para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a alguno de ellos" (ibíd. 5, 15-16). Desde sus orígenes, la Iglesia, movida por el Espíritu Santo, quiere seguir los ejemplos de Jesús en este sentido, y por eso considera que es un deber y un privilegio estar al lado del que sufre y cultivar un amor preferencial hacia los enfermos. Por eso, escribí en la Carta Apostólica Salvifici doloris: "La Iglesia que nace del misterio de la redención en la Cruz de Cristo, está obligada a buscar el encuentro con el hombre, de modo particular, en el camino de su sufrimiento. En un encuentro de tal índole el hombre 'constituye el camino de la Iglesia', y es éste uno de los más importantes" (n. 3).

2. El hombre está llamado a la alegría y a la vida feliz, pero experimenta diariamente muchas formas de dolor, y la enfermedad es la expresión más frecuente y más común del sufrir humano. Ante ello es espontáneo preguntarse: ¿Por qué sufrimos? ¿Para qué sufrimos? ¿Tiene un significado que las personas sufran? ¿Puede ser positiva la experiencia del dolor físico o moral? Sin duda, cada uno de nosotros se habrá planteado más de una vez estas cuestiones, sea desde el lecho del dolor, en los momentos de convalecencia, antes de someterse a una intervención quirúrgica o cuando se ha visto sufrir a un ser querido.

Para los cristianos éstos no son interrogantes sin respuesta. El dolor es un misterio, muchas veces inescrutable para la razón. Forma parte del misterio de la persona humana, que sólo se esclarece en Jesucristo, que es quien revela al hombre su propia identidad. Sólo desde Él podremos encontrar el sentido a todo lo humano. El sufrimiento -como he escrito en la Carta Apostólica Salvifici doloris- "no puede ser transformado y cambiado con una gracia exterior sino interior [...] Pero este proceso interior no se desarrolla siempre de igual manera [...] Cristo no responde directamente ni en abstracto a esta pregunta humana sobre el sentido del sufrimiento. El hombre percibe su respuesta salvífica a medida que él mismo se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo. La respuesta que llega mediante esta participación es... una llamada: 'Sígueme', 'Ven', toma parte con tu sufrimiento en esta obra de salvación del mundo, que se realiza a través de mi sufrimiento. Por medio de mi cruz" (n. 26). Por eso, ante el enigma del dolor, los cristianos podemos decir un decidido "hágase, Señor, tu voluntad" y repetir con Jesús: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero sino como quieres Tú" (Mt 26,39).

3. La grandeza y dignidad del hombre están en ser hijo de Dios y estar llamado a vivir en íntima unión con Cristo. Esa participación en su vida lleva consigo el compartir su dolor. El más inocente de los hombres -el Dios hecho hombre- fue el gran sufriente que cargó sobre sí con el peso de nuestras faltas y de nuestros pecados. Cuando Él anuncia a sus discípulos que el Hijo del Hombre debía sufrir mucho, ser crucificado y resucitar al tercer día, advierte a la vez que si alguno quiere ir en pos de Él, ha de negarse a sí mismo, tomar su cruz de cada día, y seguirle (cf. Lc 9, 22ss). Existe, pues, una íntima relación entre la Cruz de Jesús -símbolo del dolor supremo y precio de nuestra verdadera libertad- y nuestros dolores, sufrimientos, aflicciones, penas y tormentos que pueden pesar sobre nuestras almas o echar raíces en nuestros cuerpos. El sufrimiento se transforma y sublima cuando se es consciente de la cercanía y solidaridad de Dios en esos momentos. Es esa la certeza que da la paz interior y la alegría espiritual propias del hombre que sufre generosamente y ofrece su dolor "como hostia viva, consagrada y agradable a Dios "(Rm 12,1). El que sufre con esos sentimientos no es una carga para los demás, sino que contribuye a la salvación de todos con su sufrimiento.

Vistos así, el dolor, la enfermedad y los momentos oscuros de la existencia humana, adquieren una dimensión profunda e, incluso esperanzada. Nunca se está solo frente al misterio del sufrimiento: se está con Cristo, que da sentido a toda la vida: a los momentos de alegría y paz, igual que a los momentos de aflicción y pena. Con Cristo todo tiene sentido, incluso el sufrimiento y la muerte; sin Él, nada se explica plenamente, ni siquiera los legítimos placeres que Dios ha unido a los diversos momentos de la vida humana.

4. La situación de los enfermos en el mundo y en la Iglesia no es, de ningún modo, pasiva. A este respecto, quiero recordar las palabras que les dirigieron los Padres Sinodales al concluir la VII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos: "Contamos con vosotros para enseñar al mundo entero lo que es el amor. Haremos todo lo posible para que encontréis el lugar al que tenéis derecho en la sociedad y en la Iglesia" (Per Concilii semitas ad Populum Dei Nuntius, 12). Como escribí en mi Exhortación apostólica Christifideles laici "A todos y a cada uno se dirige el llamamiento del Señor: también los enfermos son enviados como obreros a su viña. El peso que oprime a los miembros del cuerpo y menoscaba la serenidad del alma, lejos de retraerles del trabajar en la viña, los llama a vivir su vocación humana y cristiana y a participar en el crecimiento del Reino de Dios con nuevas modalidades, incluso más valiosas [...] muchos enfermos pueden convertirse en portadores del 'gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones' (1Ts 1,6) y ser testigos de la Resurrección de Jesús" (n. 53). En este sentido, es oportuno tener presente que los que viven en situación de enfermedad no sólo están llamados a unir su dolor a la Pasión de Cristo, sino a tener una parte activa en el anuncio del Evangelio, testimoniando, desde la propia experiencia de fe, la fuerza de la vida nueva y la alegría que vienen del encuentro con el Señor resucitado (cf. 2Co 4, 10-11; 1P 4, 13; Rm 8, 18ss).

Con estos pensamientos he querido suscitar en cada uno y cada una de Ustedes los sentimientos que llevan a vivir las pruebas actuales con un sentido sobrenatural, sabiendo ver en ellas una ocasión para descubrir a Dios en medio de las tinieblas y los interrogantes, y adivinar los amplios horizontes que se vislumbran desde lo alto de nuestras cruces de cada día.

5. Quiero extender mi saludo a todos los enfermos de México, muchos de los cuales están siguiendo esta visita a través de la radio o de la televisión; a sus familiares, amigos y a cuantos les ayudan en estos momentos de prueba; al personal médico y sanitario, que ofrecen el contributo de su ciencia y de sus atenciones para superarlos o, por lo menos, hacerlos más llevaderos; a las autoridades civiles que se preocupan por el progreso de los hospitales y los demás centros asistenciales de los diferentes Estados y del País entero. Una mención especial quiero reservar a las personas consagradas que viven su carisma religioso en el campo de la salud, así como a los sacerdotes y a los demás agentes pastorales que les ayudan a encontrar en la fe consuelo y esperanza.

No puedo dejar de agradecer las oraciones y sacrificios que ofrecen muchos de Ustedes por mi persona y mi ministerio de Pastor de la Iglesia universal.

Al entregar este Mensaje a Mons. José Lizares Estrada, Obispo auxiliar de Monterrey y Presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral de la Salud, les renuevo mi saludo y mi afecto en el Señor y, por intercesión de la Virgen de Guadalupe, que al Beato Juan Diego le dijo "¿No soy yo tu salud?"-manifestándose así como quien invocamos los cristianos con el título de "Salus infirmorum"-, les imparto de corazón la Bendición Apostólica.

Ciudad de México, 24 de enero de 1999.

 

Estadio Azteca
Encuentro con Representantes de todas las Generaciones del Siglo

CIUDAD DE MÉXICO - 25.01.1999

Texto original

(1ª parte)

Fin de siglo y de milenio a la luz del Concilio Vaticano II

Amados hermanos y hermanas:

1. Dentro de poco se concluirán un siglo y un milenio trascendentales para la historia de la Iglesia y de la humanidad. En esta hora significativa, Ustedes están llamados a tomar renovada conciencia de ser los depositarios de una rica tradición humana y religiosa. Es tarea suya transmitir a las nuevas generaciones ese patrimonio de valores para alimentar su vitalidad y su esperanza, haciéndoles partícipes de la fe cristiana, que ha forjado su pasado y ha de caracterizar su futuro.

Hace ahora mil años, en el 999 de nuestra era, el furor de quienes adoraban a un dios violento, diciéndose sus representantes, hizo desaparecer a Quetzalcóalt, el rey-profeta de los toltecas, pues se oponía al uso de la fuerza para resolver los conflictos humanos. Al aproximarse a la muerte, llevaba en sus manos una cruz que para él y sus discípulos simbolizaba la coincidencia entre todas las ideas en búsqueda de la armonía. Había transmitido a su pueblo altas enseñanzas: "El bien se impondrá siempre sobre el mal". "El hombre es el centro de todo lo creado". "Las armas nunca serán compañeras de la palabra; es ésta la que despeja las nubes de la tormenta para que nos llene la claridad divina" (cf. Raúl Horta, El Humanismo en el Nuevo Mundo, cap. II). En estas y otras enseñanzas de Quetzalcóalt podemos ver "como una preparación al Evangelio" (cf. Lumen gentium, 16), que los antepasados de muchos de Ustedes tendrían el gozo de acoger quinientos años más tarde.

2. Este milenio ha conocido el encuentro entre dos mundos, marcando un rumbo inédito en la historia de la humanidad. Para Ustedes es el milenio del encuentro con Cristo, de las apariciones de Santa María de Guadalupe en el Tepeyac, de la primera evangelización y consiguiente implantación de la Iglesia en América.

Los últimos cinco siglos han dejado una huella decisiva en la identidad y el destino del Continente. Son quinientos años de historia común, tejida entre los pueblos autóctonos y las gentes venidas de Europa, a las que se añadieron sucesivamente las provenientes de Africa y Asia. Con el fenómeno característico del mestizaje se ha puesto de relieve que todas las razas son iguales en dignidad y con derecho a su cultura. En toda esta amplia y compleja andadura, Cristo ha estado incesantemente presente en el caminar de los pueblos americanos, dándoles también como Madre a la suya, la Virgen María, a la que Ustedes tanto aman.

3. Como sugiere el lema con que México ha querido recibir por cuarta vez al Papa, -"Nace un milenio. Reafirmamos la fe"-, la nueva época que se aproxima debe llevar a consolidar la fe de América en Jesucristo. Esta fe, vivida cotidianamente por numerosos creyentes, será la que anime e inspire las pautas necesarias para superar las deficiencias en el progreso social de las comunidades, especialmente de las campesinas e indígenas; para sobreponerse a la corrupción que empaña tantas instituciones y ciudadanos; para desterrar el narcotráfico, basado en la carencia de valores, en el ansia de dinero fácil y en la inexperiencia juvenil; para poner fin a la violencia que enfrenta de manera sangrienta a hermanos y clases sociales. Sólo la fe en Cristo da origen a una cultura opuesta al egoísmo y a la muerte.

Padres y abuelos aquí presentes: a Ustedes les corresponde transmitir a las nuevas generaciones arraigadas convicciones de fe, prácticas cristianas y sanas costumbres morales. En ello, les serán de ayuda las enseñanzas del último Concilio.

4. El Concilio Vaticano II, como respuesta evangélica a la reciente evolución del mundo y comienzo de una nueva primavera cristiana (cf. Tertio millennio adveniente, 18), ha sido providencial para el siglo XX. Este siglo ha visto dos guerras mundiales, el horror de los campos de concentración, persecuciones y matanzas, pero ha sido testigo también de progresos esperanzadores para el futuro, como el nacimiento de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Por eso, me complazco en constatar los beneficios aportados por la acogida de las orientaciones conciliares, como son el hondo sentido de comunión y fraternidad entre los Obispos de América que, en estrecha unión con el Papa, se ha puesto de manifiesto en la celebración del Sínodo que ayer clausuré solemnemente; el creciente compromiso de los laicos en la edificación de la Iglesia; el desarrollo de movimientos que impulsan la santidad de vida y el apostolado de sus miembros; el aumento de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada que se detecta en diversos lugares, entre ellos México.

Aquí están presentes cuatro generaciones, y les pregunto: ¿Es verdad que el mundo en el que vivimos es al mismo tiempo grande y frágil, excelso pero a veces desorientado? ¿Se trata de un mundo avanzado en unos aspectos pero retrógrado en tantos otros? Y sin embargo, este mundo -nuestro mundo- tiene necesidad de Cristo, Señor de la historia, que ilumina el misterio del hombre y con su Evangelio lo guía en la búsqueda de soluciones a los principales problemas de nuestro tiempo (cf. Gaudium et spes, 10).

Porque algunos poderosos volvieron sus espaldas a Cristo, este siglo que concluye asiste impotente a la muerte por hambre de millones de seres humanos, aunque paradójicamente aumenta la producción agrícola e industrial; renuncia a promover los valores morales, corroídos progresivamente por fenómenos como la droga, la corrupción, el consumismo desenfrenado o el difundido hedonismo; contempla inerme el creciente abismo entre países pobres y endeudados y otros fuertes y opulentos; sigue ignorando la perversión intrínseca y las terribles consecuencias de la "cultura de la muerte"; promueve la ecología, pero ignora que las raíces profundas de todo atentado a la naturaleza son el desorden moral y el desprecio del hombre por el hombre.

5. ¡América, tierra de Cristo y de María! tú tienes un papel importante en la construcción del mundo nuevo que el Concilio Vaticano II quiso promover. Debes comprometerte para que la verdad prevalezca sobre tantas formas de mentira; para que el bien se sobreponga al mal, la justicia a la injusticia, la honestidad a la corrupción. Acoge sin reservas la visión conciliar del hombre, creado por Dios y redimido por Jesucristo. Así alcanzarás la plena verdad de los valores morales, frente al espejismo de certezas momentáneas, sólo precarias y subjetivas.

Quienes formamos la Iglesia -Obispos, sacerdotes, consagrados y laicos- nos sentimos comprometidos con el anuncio salvador de Cristo. Siguiendo su ejemplo, no queremos imponer su mensaje, sino proponerlo en plena libertad, recordando que sólo Él tiene palabras de vida eterna y confiando plenamente en la fuerza y la acción del Espíritu Santo en lo más íntimo del corazón humano.

¡Que Ustedes, católicos de todas las generaciones del siglo XX, sean portadores y testigos de la gran esperanza de la Iglesia en todos los ambientes donde Dios los ha enviado como semillas de fe, de esperanza y de un amor sin fronteras para todos sus hermanos!

(2ª parte)

El Siglo XXI, siglo de la nueva evangelización

y del gran reto de los jóvenes cristianos.

6. El año próximo celebraremos dos milenios desde que "la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros" (Jn 1, 14). El Hijo de Dios hecho hombre enseñó a todos a ser hombres y mujeres auténticos, compadeciéndose de las muchedumbres que encontraba como ovejas sin pastor y dando su vida por nuestra salvación. Su presencia y acción continúan en la tierra a través de su Iglesia, su Cuerpo Místico. Por eso, cada cristiano está llamado a anunciar, testimoniar y hacer presente a Cristo en todos los ambientes, en las diferentes culturas y épocas de la historia.

7. La evangelización, tarea primordial, misión y vocación propia de la Iglesia (cf. Evangelii nuntiandi, 14), nace precisamente de la fe en la Palabra, que es la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (cf. Jn 1,9). A cuantos hoy se encuentran unidos al Papa, aquí o a través de los medios de comunicación, les digo: ¡Siéntanse responsables de difundir esta luz que han recibido!

Pronto terminarán un siglo y un milenio, en los cuales a pesar de tantos conflictos, se ha promovido el valor de la persona por encima de las estructuras sociales, políticas y económicas. A este respecto, la nueva evangelización lleva también consigo la respuesta de la Iglesia a este importante cambio de perspectiva histórica. Cada uno de Ustedes, con su modo de vivir y su compromiso cristiano, ha de testimoniar, a lo largo y ancho de América y del mundo, que Cristo es el verdadero promotor de la dignidad humana y de su libertad.

8. Los discípulos de Cristo deseamos que en el próximo siglo prevalezca la unidad y no las divisiones; la fraternidad y no los antagonismos; la paz y no las guerras. Esto es también un objetivo esencial de la nueva evangelización. Ustedes, como hijos de la Iglesia, deben trabajar para que la sociedad global que se acerca no sea espiritualmente indigente ni herede los errores del siglo que concluye.

Para ello es necesario decir sí a Dios y comprometerse con Él en la construcción de una nueva sociedad donde la familia sea un ámbito de generosidad y amor; la razón dialogue serenamente con la fe; la libertad favorezca una convivencia caracterizada por la solidaridad y la participación. En efecto, quien tiene al Evangelio como guía y norma de vida no puede permanecer en una actitud pasiva, sino que ha de compartir y difundir la luz de Cristo, incluso con el propio sacrificio.

9. La nueva evangelización será semilla de esperanza para el nuevo milenio si Ustedes, católicos de hoy, se esfuerzan en transmitir a las generaciones venideras la preciosa herencia de valores humanos y cristianos que han dado sentido a su vida. Ustedes, hombres y mujeres que con el paso de los años han acumulado preciosas enseñanzas de la vida; Ustedes tienen la misión de procurar que las nuevas generaciones reciban una sólida formación cristiana durante su preparación intelectual y cultural, para evitar que el pujante progreso les cierre a lo trascendente. En fin, preséntense siempre como infatigables promotores de diálogo y concordia frente al predominio de la fuerza sobre el derecho y a la indiferencia ante los dramas del hambre y la enfermedad que acucian a grandes masas de la población.

10. Por su parte, Ustedes, jóvenes y muchachos que miran hacia el mañana con el corazón lleno de esperanza, están llamados a ser los artífices de la historia y de la evangelización ya en el presente y luego en el futuro. Una prueba de que no han recibido en vano tan rico legado cristiano y humano será su decidida aspiración a la santidad, tanto en la vida de familia que muchos formarán dentro de unos años, como entregándose a Dios en el sacerdocio o la vida consagrada si son llamados a ello.

El Concilio Vaticano II nos ha recordado que todos los bautizados, y no sólo algunos privilegiados, están llamados a encarnar en su existencia la vida de Cristo, a tener sus mismos sentimientos y a confiar plenamente en la voluntad del Padre, entregándose sin reservas a su plan salvífico, iluminados por el Espíritu Santo, llenos de generosidad y de amor incansable por los hermanos, especialmente los más desfavorecidos. El ideal que Jesucristo les propone y enseña con su vida es ciertamente muy alto, pero es el único que puede dar sentido pleno a la vida. Por eso, desconfíen de los falsos profetas que proponen otras metas, más confortables tal vez, pero siempre engañosas. ¡No se conformen con menos!

11. Los cristianos del siglo XXI tienen también una fuente inagotable de inspiración en las comunidades eclesiales de los primeros siglos. Quienes habían convivido con Jesús, o escuchado directamente el testimonio de los Apóstoles, sintieron sus vidas como transformadas e inundadas de una nueva luz. Pero debieron vivir su fe en un mundo indiferente e incluso hostil. Hacer penetrar la verdad del Evangelio, trastocar muchas convicciones y costumbres que denigraban la dignidad humana, supuso grandes sacrificios, firme constancia y una gran creatividad. Sólo con la fe inquebrantable en Cristo, alimentada constantemente por la oración, la escucha de la Palabra y la participación asidua en la Eucaristía, las primeras generaciones cristianas pudieron superar aquellas dificultades y consiguieron fecundar la historia humana con la novedad del Evangelio, derramando, tantas veces, la propia sangre.

En la nueva era que despunta, era de la informática y de los poderosos medios de comunicación, abocada a una globalización cada vez más fluida de las relaciones económicas y sociales, Ustedes, queridísimos jóvenes, y sus coetáneos tienen ante sí el reto de abrir la mente y el corazón de la humanidad a la novedad de Cristo y a la gratuidad de Dios. Sólo de este modo se alejará el riesgo de un mundo y una historia sin alma, engreída de sus conquistas técnicas pero carente de esperanza y de sentido profundo.

11. Ustedes, jóvenes de México y de América, han de procurar que el mundo que un día se les confiará esté orientado hacia Dios, y que las instituciones políticas o científicas, financieras o culturales se pongan al servicio auténtico del hombre, sin distinción de razas ni clases sociales. La sociedad del mañana ha de saber gracias a Ustedes, por la alegría que dimana de su fe cristiana vivida en plenitud, que el corazón humano encuentra la paz y la plena felicidad sólo en Dios. Como buenos cristianos, han de ser también ciudadanos ejemplares, capaces de trabajar junto con los hombres de buena voluntad para transformar pueblos y regiones, con la fuerza de la verdad de Jesús y de una esperanza que no decae ante las dificultades. Traten de poner en práctica el consejo de San Pablo: "No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien" (Rm 12, 21).

12. Les dejo como recuerdo y como prenda las palabras de despedida de Jesús, que iluminan el futuro y alientan nuestra esperanza: "Yo estoy con Ustedes todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).

En nombre del Señor, vayan Ustedes decididamente a evangelizar el propio ambiente para que sea más humano, fraterno y solidario; más respetuoso de la naturaleza que se nos ha encomendado. Contagien la fe y los ideales de vida a todas las gentes del Continente, no con confrontaciones inútiles, sino con el testimonio de la propia vida. Revelen que Cristo tiene palabras de vida eterna, capaces de salvar a los hombres de ayer, de hoy y de mañana. Revelen a sus hermanos el rostro divino y humano de Jesucristo, Alfa y Omega, Principio y Fin, el Primero y el Ultimo de toda la creación y de toda la historia, también de la que Ustedes están escribiendo con sus vidas.

 

Aeropuerto internacional Benito Juárez
Ceremonia de despedida
CIUDAD DE MÉXICO - 26.01.1999

Texto original

Señor Presidente,

Señores Cardenales y Hermanos en el Episcopado,

Excelentísimas Autoridades,

Amadísimos hermanos y hermanas de México:

1. Las densas y emotivas jornadas con el Pueblo de Dios que peregrina en tierras mexicanas han dejado en mí profunda huella. Me llevo grabados los rostros de tantas personas encontradas durante estos días. Estoy muy agradecido a todos por su cordial hospitalidad, expresión genuina del alma mexicana, y sobre todo por haber podido compartir intensos momentos de oración y reflexión en las celebraciones de la Santa Misa en la Basílica de Guadalupe y en el Autódromo "Hermanos Rodríguez"; en la visita al Hospital "Licenciado Adolfo López Mateos" y el memorable encuentro con las cuatro generaciones en el Estadio Azteca.

2. Pido a Dios que bendiga y recompense a todos los que han cooperado en la realización de esta Visita. Le estoy muy reconocido, Señor Presidente, por sus amables palabras a mi llegada, por haberme recibido en su Residencia Presidencial, por todas las atenciones que ha tenido hacia mi persona, así como por la colaboración prestada por las Autoridades.

Mi gratitud se extiende también al Señor Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México, así como a los demás Obispos mexicanos y a los venidos de todo el Continente, que han colaborado para que esta Visita se viviera con tanta intensidad. Mi agradecimiento se hace oración invocando del Cielo las mejores bendiciones para este pueblo que en tantas ocasiones ha demostrado su fidelidad a Dios, a la Iglesia y al Sucesor de san Pedro. Por eso, desde aquí elevo mi voz hacia lo alto:

¡Dios te bendiga, México!, por los ejemplos de humanidad y de fe de tus gentes, por los esfuerzos en defender la familia y la vida.

¡Dios te bendiga, México!, por la fidelidad y amor de tus hijos a la Iglesia. Los hombres y mujeres que componen el rico mosaico de tus diversas y fecundas culturas encuentran en Cristo la fuerza para superar antiguos o recientes antagonismos y sentirse hijos de un mismo Padre.

¡Dios te bendiga, México!, que cuentas con numerosos pueblos indígenas, cuyo progreso y respeto quieres promover. Ellos conservan ricos valores humanos y religiosos y quieren trabajar juntos para construir un futuro mejor.

¡Dios te bendiga, México!, que te esfuerzas en desterrar para siempre las luchas que dividieron a tus hijos mediante un diálogo fecundo y constructivo. Un diálogo en el que nadie quede excluido y acumune aún más a todos tus habitantes, a los creyentes fieles a su fe en Cristo y a los que están alejados de Él. Sólo el diálogo fraterno entre todos dará vigor a los proyectos de futuras reformas, auspiciadas por los ciudadanos de buena voluntad, pertenecientes a todos los credos religiosos y a los diversos sectores políticos y culturales.

¡Dios te bendiga, México!, que sigues extrañando a tus hijos emigrantes en busca de pan y trabajo. Ellos han contribuido también a propagar la fe católica en sus nuevos ambientes y a construir una América que, como manifestaron los Obispos en el Sínodo, quiere ser solidaria y fraterna.

¡Dios te bendiga, México!, por la libertad religiosa que vas reconociendo para quienes lo adoran dentro de tus fronteras. Esta libertad, garantía de estabilidad, da pleno sentido a las demás libertades y derechos fundamentales.

¡Dios te bendiga México!, por la Iglesia que está presente en tu suelo. Los Obispos, junto con los sacerdotes, consagrados, consagradas y laicos, comprometidos en la nueva evangelización, fieles a Cristo y a su Evangelio, anuncian en tu tierra, desde hace casi cinco siglos, el Reino de Dios.

3. México es un gran País, que hunde sus raíces en un pasado rico por su fe cristiana y abierto hacia el futuro en su clara vocación americana y mundial. Recorriendo las calles del Distrito Federal, teniendo presente en el corazón a los Estados que integran a la Nación, he sentido nuevamente el latir de este noble pueblo, que con tanto afecto me recibió en mi primer viaje apostólico fuera de Roma, al inicio de mi ministerio petrino. En su acogida veo el fiel reflejo de una realidad que se abre camino en la vida mexicana: la de un nuevo clima en las relaciones respetuosas, sólidas y constructivas entre el Estado y la Iglesia, superando otros tiempos, que, con sus luces y sombras, son ya historia. Este nuevo clima favorecerá cada vez más la colaboración en favor del pueblo mexicano.

4. Al concluir esta visita pastoral, quiero reafirmar mi plena confianza en el porvenir de este pueblo. Un futuro en el que México, cada vez más evangelizado y más cristiano, sea un país de referencia en América y en el mundo; un país donde la democracia, cada día más arraigada y firme, más trasparente y efectiva, junto con la gozosa y pacífica convivencia entre sus gentes, sea siempre una realidad bajo la tierna mirada de su Reina y Madre, la Virgen de Guadalupe.

Para Ella mi última mirada y mi último saludo antes de dejar por cuarta vez esta bendita tierra mexicana. A Ella confío a todos y cada uno de sus hijos mexicanos, cuyo recuerdo llevo en mi corazón. ¡Virgen de Guadalupe, vela sobre México! ¡vela sobre todo el querido Continente americano!


ECCLESIA IN AMERICA:
EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL


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